Todo cristiano, si nos atenemos a lo que dice la Biblia, está llamado a
servir exclusivamente a Dios, puesto que “…a Dios lo que es de Dios y a César
lo que es de César”, porque “ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al
uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro.”; por eso, “al
Señor tu Dios adorarás, y A ÉL SÓLO SERVIRÁS” (Mt.22.21; Lc.16.13; Mt.4.10).
Así, pues, lo mejor y más importante y trascendente es que seamos funcionarios
del Reino de Dios, y NO en otros reinos, aunque nos puedan colmar de riquezas,
poder y prestigio (Mt.6.13). Pero, ¿Cómo podemos servir al Creador del
Universo?
Nuestro Eterno Padre
dispuso para la Humanidad un magistral plan de salvación, y desea que sus
devotos colaboren en la consolidación y eficacia de esta gran obra de
liberación (1-Co.3.9; Col.4.11). Quiere legislar sobre su propio pueblo a
través de su “nuevo régimen del Espíritu” (Ro.7.6), y ésta comunidad, creada
por él y para él, requiere de servidores que diseñen, promuevan y administren
su gracia por medio de proyectos, planes y programas para el bien común de sus
miembros, en donde prime el amor, la igualdad (2-Co.8.13-15) y la justicia,
pero nunca el engaño y la explotación.
Para quienes se
adhieren a nuestro Rey Salvador, Jesucristo, (también llamado Yashúa en idioma
Hebreo), está escrito: “Proclamad entre las naciones su gloria, en todos los
pueblos sus maravillas…Para hacer saber a los hijos de los hombres sus
poderosos hechos, Y la gloria de la magnificencia de su reino.” (Sal.96.3;
145.12; Mt.5.14-16).
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