“Difícilmente entrará un rico en el reino de
Dios” (Mt.19.23-24); sin embargo, hablando de quien dijo estas palabras el
apóstol Pablo aseguró que “por amor a
vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis
enriquecidos” (2-Co.8.9). Nuestro Salvador quiere, pues, que seamos
ricos “a fin de que nos conduzcamos honradamente para con los de afuera, y no
tengamos necesidad de nada” (1-Ts.4.12); es más, “para que tengamos qué compartir
con el que padece necesidad” (Ef.4.28).
Lo que sí es condenado en las Sagradas
Escrituras es la actitud burguesa e indolente de los que piensan que con el
dinero se puede comprar absolutamente todo. A ellos les está dicho: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he
enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un
desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo
que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras
blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge
tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los
que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. (Ap.3.17-19).
Existe un principio de igualdad
socio-económica en el Reino de Dios (vigente entre nosotros en su actual etapa
de desarrollo) que puede colmar las expectativas de justicia social entre el
pueblo de Dios. Este principio doctrinario está expresado claramente en
2-Co.8.13-15: “Porque no digo esto para
que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en
este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos,
para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que
haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el
que poco, no tuvo menos.”
Con ello nuestro Padre Creador quiere que en
su “casa”, la cual somos nosotros (Mal.3.10; He.3.6), haya alimento suficiente para todos por igual,
y no solo para quienes administran. Este alimento no solo se traduce en dinero
o comida sino en todo el bien común que necesitamos como seres humanos. Los
cristianos consecuentes con la rendición de cuentas que hemos de hacer ante el
tribunal de Cristo (Ro.14.10; 2-Co.5.10) debemos ser responsables con el manejo
de los talentos que nos fueron entregados, procurando no ser conniventes con
nadie en el manejo indecente o inapropiado de los mismos, ya que no debemos ser
cómplices de las tinieblas o participar en pecados ajenos (Ef.5.11; 1-Ti.5.22).