viernes, 15 de julio de 2022

¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?

 

    Una de las desafortunadas políticas económicas del mundo es que los ricos sean cada vez más ricos a expensas de los pobres cada vez más pobres. Pero al pueblo de Dios, para poder escapar de esta siniestra actitud, le fue dado el principio de la igualdad: “Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez,  sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad,  como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2.Co.8.13-15).

   Para obedecer este mandamiento se hace necesario que la comunidad en que se quiera implementar sea administrada, nunca por dictadores, pero sí por un grupo de los creyentes más espirituales elegidos cada cierto tiempo (por ejemplo, cada dos años), pues las personas y las circunstancias pueden cambiar; el Espíritu Santo guiará a la congregación hacia una buena escogencia.

   Con la adopción del diezmo como base de una economía igualitaria se busca que haya abundancia equitativa para toda la casa de Dios (Mal.3.10; He.3.6), es decir, que ningún creyente sincero y aprobado padezca las angustias de la pobreza cuando se puedan evitar por medio de la ayuda mutua.  Aplíquese esta norma en una comunidad de creyentes y pronto renunciarán los que no servían por amor a la causa, sino por meros intereses egoístas. Pero…

 ¿Quién tomará la iniciativa de reformar al monetizado e inhumano sistema religioso actual? Por supuesto que no lo harán aquellos que están acomodados en las butacas de la indolencia manipulando la débil conciencia de los que deambulan por la vida con los sentidos espirituales aletargados, a lo sumo conformes y esperanzados porque hacen parte de alguna secta o denominación muy popular. Pero sí lo harán los que se dejan guiar por el auténtico Espíritu Santo, quien es el que en nosotros produce el querer como el hacer; además, porque “porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2-Co.1.20).

  

 


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