jueves, 3 de febrero de 2022

¿ABORRECER A LA MADRE?

 

   Está escrito: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.” (Lc. 14.26) También está escrito: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa.” (Mt. 10.34-37).

 Pertenecer al auténtico pueblo de Dios, ya no en la esfera  terrenal (Israel), sino en la dimensión celestial  (Reino de Dios o de los cielos), es un privilegio demasiado grande. Por eso San Pablo dice: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” (2-Co.7.1).

 A veces, el desprendernos de algunos apegos familiares o sociales, o de ciertos requerimientos estatales nos puede costar dolor y sacrificio. Por eso los apóstoles respondieron valientemente a los emisarios del gobierno que pretendían estorbar los planes divinos: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hch.5. 29), y Jesús, “mientras aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, y le querían hablar. Y le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren habla  Respondiendo él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre.” (Mt.12. 46-50).

   La Familia de la fe, o santa nación, es aquella conformada por los creyentes que se organizan como los miembros del Cuerpo de Cristo, para que el mismo Espíritu de Dios pueda legislar en sus vidas individuales y de comunidad. “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres;  sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (1-Co.10.31; Col.3.23-24).


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